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—Este momento es perfecto— dijo sonriendo. —Es redondo y brilla colgado del espacio vacío como un pequeño diamante
En palabras de Roosegaarde, se trata de «la aspiradora de contaminación más grande del mundo». En efecto, la Smog Free Tower es un artefacto que se dedica a aspirar el entorno de su alrededor y, mediante un sistema de filtros, atrapar las partículas contaminantes expulsando aire limpio en su lugar. Como una aspiradora pero a lo grande. A lo muy grande. De hecho, el primer prototipo inaugurado en Róterdam el pasado mes de septiembre mide siete metros de alto por dos de ancho y, según su creador, limpia 30.000 m3 de aire cada hora, consume la misma electricidad que una cafetera y es alimentado por energía solar. Pese a que han contado con el apoyo económico del Ayuntamiento y el Puerto de Róterdam, además de la fundación DOEN, especializada en proyectos de energías limpias, el Studio Roosegaarde necesitó más dinero para poder financiar su primera torre. Para conseguirlo, y como otros tantos proyectos en el mundo, crearon una petición inicial de 54.000 dólares en la web de financiación Kickstarter. Al cabo de dos meses, habían recaudado más de 130.000 dólares. Los que emplean este tipo de campañas en páginas de microdonaciones suelen prometer alguna ventaja o regalo a sus «inversores», pero lo que puede ofrecer la Smog Free Tower es básicamente intangible: el disfrute compartido de una porción de aire limpio en medio de la ciudad o la satisfacción de haber contribuido a un planeta mejor. Así que Roosegaarde decidió fabricar algo sólido que regalar a todos los que pusieron dinero en su proyecto. Diamantes. Bueno, no son verdaderos diamantes, sino cubos de cristal construidos con los restos de carbonilla atrapados por su aspiradora. Al fin y al cabo, los diamantes auténticos también son átomos de carbono sometido a mucha presión. Lo llaman «Joyería Libre de Contaminación» y afirman que si compras uno de sus anillos o sus gemelos, estás donando 1.000 m3 cúbicos de aire limpio a la ciudad. Daan Roosegaarde se considera una suerte de hombre orquesta de la creatividad. Es diseñador, artista, ingeniero y arquitecto. Y es consciente de que la Smog Free Tower no es el vehículo de salvación de las urbes polucionadas, sino un primer paso físico y una manera de poner a los ciudadanos frente a un problema real ofreciendo una posible solución. Una solución algo naif, pero desde luego, puesta en marcha con enormes dosis de rigor, ingenio y trabajo. Quizá por eso, este proyecto ha comenzado un tour por todo el mundo buscando posibles lugares donde sirva a su cometido, sea tangible o ilusionante. Además, su objetivo es muy ambicioso. No quiere limitarse a levantar una instalación más o menos artística en medio de Róterdam, quiere plantar verdaderos bosques de aspiradoras en ciudades que realmente lo necesiten, como Beijing o Mumbai. Megalópolis que amanecen cada día con una boina semirígida de polución, y que verían con buenos ojos disponer de burbujas limpias para el disfrute de sus ciudadanos. O de los visitantes que quieran acercarse, porque una plantación de estas torres podría convertirse en la primera atracción turística de la descontaminación del mundo. Y aunque el uso mercantilista de un propósito tan noble pueda resultar desagrade, si las empresas comienzan a pensar que pueden sacar rendimiento económico de un medio ambiente más limpio, el planeta estará salvado. Mira, lo mismo Roosegaarde no es tan naif.
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