Paul McCartney ha presentado una demanda en un juzgado federal de Nueva York contra Sony/ATV, la editora musical de la empresa japonesa. McCartney, de 74 años, quiere un juicio declarativo que reconozca que —a partir de 2018— puede recuperar los derechos de las canciones que firmó con John Lennon, alegando que la Ley de la Propiedad intelectual estadounidense admite que un autor cuya obra ha sido vendida a un tercero pueda reclamarla pasados 56 años de su creación.
Sony/ATV seguramente argumentará que la jurisdicción aplicable es la británica, que no permite esa reversión. Hace unas semanas, el Tribunal Supremo del Reino Unido dictaminó que el grupo británico Duran Duran no podía invocar la ley estadounidense; la editorial londinense demandada pertenece precisamente al grupo Sony /ATV.
Esto puede sonar muy abstracto pero atañe directamente a la cartera y al ego. Mientras caen en picado los ingresos por la venta de música grabada, no se ven tan afectados los proporcionados gracias al uso de esa misma música en cine, TV y publicidad. Pesa también el ejercicio del control: el artista determina cómo se utiliza su obra y, llegado un momento, puede impedir que salga un biopic o un documental no lo bastante respetuoso.
Más información“Lennon y yo competíamos sin parar, y era muy sano”De gira con los Beatles que causaban disturbiosPaul McCartney despliega en Madrid todo su poderío rockeroSony compra la parte de Michael Jackson de su sello musicalA principios de los ochenta, mientras colaboraba con Michael Jackson en The Girl is Mine y Say, Say, Say, McCartney se sintió paternal y explicó a su joven amigo los intríngulis del publishing: “Imagina, no tienes más que recoger las recaudaciones de cada canción”. También le confesó que aspiraba a recuperar el repertorio de Lennon-McCartney, que había pasado a ATV Music, la rama editorial de una emisora privada de televisión. En mala hora: Paul había llegado a ofrecer 20 millones de libras esterlinas —unos 23 millones de euros— en 1981, pero Michael se hizo con ATV pagando 24.400.000 —28 millones de euros— en 1985. Un chollo, como se comprobaría inmediatamente.
En honor a la verdad, las acciones de McCartney estaban lastradas por su sentido de la lealtad: para no parecer demasiado codicioso, deseaba comprar ATV en compañía de Yoko Ono, la viuda de John. Esta, que ya alardeaba de businesswoman, decidió que el precio era muy alto y pretendió regatear. Esa actitud permitió que Jackson, audaz y nadando en dinero tras el impacto de Thriller, se llevara las joyas de la corona, a pesar de que entraron en liza otras ofertas más generosas.
Toda la cultura que va contigo te espera aquí.SuscríbeteCuando se hace balance, resulta que hay dos tipos de "trabajadores de la canción", cómo decía Leonard Cohen: los que entienden el concepto del publishing y los que no. Generalmente, los artistas novatos aceptan gustosos unos contratos leoninos que luego lamentarán. Les rodean tiburones que incluso añaden su nombre a los créditos de una canción, aprovechando que ejercen de productores (caso de Phil Spector) o que publicaban los discos (como Don Robey).
Tras casarse con Linda Eastman en 1969, McCartney recibió clases teóricas sobre la edición musical a través de su suegro, Lee Eastman, avezado abogado del mundo del espectáculo. Unas enseñanzas que puso en práctica adquiriendo el cancionero de su adorado Buddy Holly y otros catálogos apetitosos, ahora parte de MPL Communications, el holding que maneja sus intereses.
Aunque se fotografiaran juntos para transmitir buen rollo, la amistad entre Michael y McCartney no resistió a semejante jugada. En 1987, junto con Ringo Starr y George Harrison, Paul emprendió acciones legales contra la utilización del tema Revolution en una campaña de las zapatillas Nike; Yoko se desmarcó, asegurando que era una vía para conectar a los Beatles con un nuevo público. Con todo, McCartney observó un modo de tregua con Jackson, confiando en que, en algún momento, pudieran alcanzar un acuerdo. Que conste que Paul y los herederos de Lennon continuaron recibiendo el porcentaje establecido en sus contratos.
ATV Music se revelaría como la mejor inversión de Michael, que engordó su archivo de canciones con otras adquisiciones. No fue tan precavido en su estilo de vida: siguieron años de derroches. En 1995 se vio obligado a fusionar su editorial con la de Sony, por una cantidad equivalente a unos 60 millones de libras —69 millones de euros—; la empresa resultante, Sony/ATV Music Publishing, pasaba a ser propiedad —al 50%— de cada una de las partes. En 2006, asfixiado por las deudas, Michael ignoró la mitad de su parte a cambio de un préstamo de cerca de 200 millones de libras —unos 230 millones de euros—.
Tras la muerte de Jackson en 2009, circuló la especie de que un arrepentido Michael especificaba en su testamento que los derechos de las canciones de los Beatles debían pasar a McCartney. Nada de eso: a principios de 2016, Sony se convirtió en único dueño de la editorial, tras pagar a los herederos 526 millones de libras (en dólares, 750 millones).
Para su desdicha, el asunto se ha convertido en una obsesión para McCartney. Recuperar el dominio sobre ese cancionero supondría, aparte de las ventajas económicas, enmendar simbólicamente algunos de los errores que empañaron su trayectoria. De fondo, el ansia de sir Paul por un mayor reconocimiento de su aportación a The Beatles.
1937