«Cuando trabajas tienes que meterte en una cápsula interior»

CRISTINA DEL RÍO Avilés

En la última planta del céntrico edificio en el que vive, Vicente Menéndez-Santarúa (Candás, 1936) tiene su particular ecosistema. Un taller lleno de proyectos acabados y a medio hacer, de fotografías y de periódicos que le retan cada vez que entra por la puerta. Él pasa la mirada por encima y se concentra en el actual porque, aunque no da ninguno por perdido o acabado, ha aprendido a ignorarlos, a dejarlos en un segundo plano. Se sienta en su silla giratoria y sin respaldo y afronta frente a él, sobre un torno, el molde de la escultura a la que ahora dedica toda su atención: la de Quini. En el estudio se encuentra también este día su hijo mayor, Samuel, el único que ha seguido la trayectoria artística del padre y quien ahora le enseña competencias digitales. Y 'Santa', a sus 85 años, accede. Y obedece. Y aprende. Aunque, todo sea dicho, no termina de convencerle.

-¿Cómo se encuentra?

-Recuperándome. El médico me recomendó para la parte cognitiva que trabajara, que ejercitase sin agotarme.

-¿En qué está trabajando ahora?

-Tengo mucho entre manos. Como un camafeo de mi mujer, que es una belleza.

-¿Lo último fue su escultura de Quini?

-Todavía estoy en ella. Pero va bien. Estoy trabajando en técnicas modernas, haciendo cálculos y buscando materiales idóneos porque todo va a depender de la muñeca de Quini. Según los hierros que metamos, así será la escala. Aproximadamente.

-¿Es futbolero o solo es una coincidencia que haya inmortalizado a tantos futbolistas y entrenadores?

-Esas esculturas han sido encargos, pero sí soy futbolero. Yo entrené hace muchos años al equipo infantil del Candás. ¡Y quedamos campeones de grupo! Fue la época en la que hice 'El pleito de los delfines'.

-¿Alguna obra favorita o que le haya supuesto un desvelo por su complejidad?

«Cuando trabajas tienes que meterte en una cápsula interior»

-Son varias porque cada una tiene una motivación, un recuerdo y una parte técnica que conseguí y vi el progreso que iba haciendo. Me quedaría con 'Las marineras', que representa la noche en vela que pasaban estas mujeres cuando sus maridos salían a la mar, y 'Los madreñeros', en pintura. En escultura y por su dificultad, la de Philippe Cousteau y también las del doctor Carlos Jiménez Díaz y la de Severo Ochoa.

-Pintor y escultor, ¿Ha sido la escultura la que mayor reconocimiento le ha traído?

-La mayor satisfacción fue cuando expusimos en una joyería el busto en cera de Carlos Jiménez Díaz, y estaba Pío Cabanillas y pasaron por allí Pipo Carreño y Fernando Wes y quedaron asombrados. El doctor Carlos Jiménez lloró delante de la escultura. Me dijo: «Santarúa, lo voy a llevar a París».

-¿Es importante el reconocimiento?

-Va en función de la persona. Yo lo separo. No me influye. Mi satisfacción es conseguir plásticamente un bajo relieve o una expresión o un toque que ves que ha llegado al alma. Es cuando me motiva.

-¿Siendo pintor se es mejor escultor?

-No. Son técnicas diferentes. El objetivo y el desafío es el mismo.

-¿Hay algún material que le guste más para trabajar?

-La arcilla.

-¿Y alguna cualidad física que se necesite para ser escultor?

-Es importante el tacto. Hay un momento que la mano, por su estructura anatómica, tiene un límite y hay que coger una herramienta que acaba siendo una prolongación de las manos. Yo hago mis propias herramientas.

-¿Tiene alguna manía a la hora de trabajar?

-Me gusta estar concentrado. Tengo una música que me recomendó mi hijo que es nórdica, un cántico de xanas que es muy relajante.

-¿Y una rutina de trabajo?

-Cuando llega un momento de inspiración, dejo a mi mujer plantada o en el medio del desayuno. Ahora, por las pastillas que tengo que tomar, estoy como un soldado firme.

-Aparte de ser su taller, ¿Qué representa este espacio para usted?

-Es un cúmulo de ideas del que no veo nunca el fin. Siempre me dice algo. Estoy viendo un cuadro y me está exigiendo que avance más y más. Llega un momento que parar no es cosa mía sino del tiempo. Paro, y no porque esté terminado. Una obra nunca se termina. Hay algo del boceto que me encanta: las manchas sueltas, no mezclar en la paleta sino en el lienzo, me gusta el pincel grande de cerda fuerte y dura que me obedece.

-Creo que está aprendiendo a modelar con ordenador, iniciándose en la escultura digital. ¿Es así?

-Estoy con el catón. Cuando mi hijo me da la tableta, estoy aprendiendo. Lo curioso es que en el instituto yo no se lo recomendaba a los alumnos porque sabía que iba a desaparecer el compás.

-Usted fue muchos años profesor. ¿Le gustaba enseñar?

-Me encantaba dar clase. Yo le decía a los alumnos: «Tenéis que aprender este lema: el orden es la ley del ciego» y los mandaba entrar en clase con los ojos cerrados para encontrar el sitio, la escuadra y el cartabón. Aprendieron a manejarlo con una sola mano, que no es fácil. Y con la otra, el compás.

-La exalcaldesa Pilar Varela y la actual regidora Mariví Monteserín fueron alumnas suyas en el instituto de La Luz. ¿Qué tal se les daba el dibujo?

-Regular (risas).

-Le preguntaba si le gustaba enseñar porque el trabajo del artista es bastante solitario, ¿no?

-Bueno, sí, porque tienes que meterte en una cápsula interior y hacer ahí un mundo. Lo construyes, lo edificas, buscas soluciones, vas avanzando... Es muy difícil romper esa cápsula.

-Usted, que tiene tanta obra en espacio público. ¿Qué siente cuando es víctima del vandalismo? ¿O son gajes del oficio?

-Yo lo siento mucho, y además veo que hay una ignorancia porque van contra una materia que para ellos no significa nada. No ven la trascendencia de la obra. Por ejemplo la de Woody Allen en Oviedo, a la que cada dos por tres le rompen las gafas.

-¿Le queda algo por hacer?

-Muchísimo. La prueba está ahí (y traza una semicircunferencia con el brazo extendido en su taller). Una obra nunca se termina.

-Pero me refiero a una temática o un soporte o un encargo que le hubiera gustado asumir.

-(Se encoge de hombros).

-Sin embargo, sin acabar veo algunas aquí en su taller.

-Sí, la de Marcelo Campanal, por ejemplo, o la del arquitecto Oscar Niemeyer, que además tengo que restaurarla porque cuando vino un verano de calor, se cayó. Un sobrino suyo la vio y se quedó asustado. Le sacó fotos para enseñárselas. Estaba vivo todavía.

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