William Shakespeare, la grandeza sin sombra

Afirma Harold Bloom en su ensayo ‘El canon literario’ que “suceder a Shakespeare, que escribió la mejor prosa y la mejor poesía de la tradición occidental, es un destino complejo, puesto que la originalidad se vuelve peculiarmente difícil en todo aquello que tiene verdadera importancia: representación de seres humanos, el papel de la memoria en la cognición, la esfera de la metáfora a la hora de sugerir nuevas posibilidades para el lenguaje”.

‘La grandeza reconoce a la grandeza y queda ensombrecida por ella’, afirma Bloom. Y de grandeza y uno de sus máximos exponentes en el ámbito de la literatura universal, les voy a escribir en este nuevo reportaje sobre ‘Las Casas-museos y sus moradores literarios. Un recorrido persona’.

En una ocasión visité la entrañable librería Azulia, hoy por desgracia desaparecida, creada y dirigida por mi querido escritor y amante de los libros de viajes, José Luis González Ruano, y me encontré de frente con una de esas joyas de las que una, como suele pasar, no tiene constancia alguna. Se trataba de un pequeño librito de viajes titulado ‘La casa de Shakespeare’ del enorme Benito Pérez Galdós. En él el autor canario recogía sus impresiones a la visita que realizó allá por 1889 a la casa de nacimiento del ilustre autor inglés, William Shakespeare. Ese librito, de apenas 60 páginas de extensión, me viene que ni pintado para hablarles del protagonista de estas crónicas sobre casas-museos dedicado, como imaginan ya, al universal Shakespeare.

Recuerdo que, aquel día José Luis me habló con entusiasmo sobre esta breve crónica de Galdós y sobre el esfuerzo que había hecho su sello editorial, Azulia, para traerlo hasta los escaparates de la ciudad en la que nació el autor de ‘Los Episodios Nacionales’, cuyo centenario de fallecimiento celebramos este aciago año 2020. Una edición, publicada en 2016, que incluye un prólogo de la especialista en la obra de Gáldos, la filóloga, catedrática de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria y ganadora del Premio Comillas de Historia, Biografía y Memorias, por la biografía del autor grancanario, Yolanda Arencibia.

“Por fin, en septiembre último, pisé el suelo, que no vacilo en llamar sagrado, donde está la cuna y sepulcro del gran poeta. Desde luego afirmo que no hay en Europa sitio alguno de peregrinación que ofrezca mayor interés ni que despierte emociones tan hondas, contribuyendo a ello no sólo la majestad literaria del personaje a cuya memoria se rinde culto, sino también la belleza y poesía incomparable de la localidad”, afirmaba don Benito en este libro de viajes. Y yo no tengo más que reafirmarme en todo lo escrito por el autor de ‘Tristana’ (1892).

Y es que la bella localidad de Stratford-upon-Avon en Inglaterra es mucho más que el lugar en el que nació William Shakespeare. Se trata de una ciudad pequeña que conserva un amplio conjunto de viviendas con más de 500 años de historia en sus muros. Un compendio de viviendas de estilo Tudor distribuidas en torno a un plácido río Avon, en cuyas fachadas te puedes pasar horas con los ojos extraviados admirando su belleza.

Mucho se ha escrito sobre la figura de William Shakespeare del que, por cierto, se desconoce a ciencia cierta su fecha de nacimiento, un detalle que dio pie a todo un conjunto de voces tendenciosas dirigidas a difundir la sospecha de que realmente sus obras no habían sido escritas por él. Asombroso, ¿no? Pues parece que hubo quienes afirmaron que sus obras tenían como creadores realmente a otros como Francis Bacon, la reina Isabel I, su amigo Christopher Marlowe e incluso la misma esposa del escritor bardo, Anne Hathaway. E incluso aficionados a la criptografía creyeron encontrar claves que revelaban la autoría de varios creadores. En fin... Y todo ello, ¿por? Pues porque un señor de origen humilde como Shakespeare no podía haber escrito obras de la grandeza de una tragedia como ‘Hamlet’ (1870). Ser o no ser, esa es la cuestión.

William Shakespeare, la grandeza sin sombra

Afortunadamente esa estela de ficción malintencionada está ya más que superaba y la imaginación sobre la autoría de las obras del autor inglés ha quedado reducida exclusivamente a la propia de las obras literarias.

Corría el año 1564, cuando fue bautizado como el tercer hijo de John Shakespeare, comerciante en lana y carnicero que llegó a ser alcalde de la localidad, y de Mary Arden, miembro de una distinguida familia local. La fecha de nacimiento no se sabe con exactitud, como ya indiqué, pero se suele fijar un 23 de abril, tal vez por hacer un paralelismo con su fecha de fallecimiento, 52 años más tarde. Una fecha que, como saben fue la elegida para la celebración del Día Mundial del Libro, ya que se supone que también fue la fecha de fallecimiento de nuestro ilustre Miguel de Cervantes, creador del ingenioso Don Quijote de la Mancha y, sin embargo, no es exactamente así ya que Shakespeare murió el 23 de abril del calendario juliano, que corresponde al 3 de mayo del calendario gregoriano. Nada, simples detalles, porque aquí lo importante es contar con un día dedicado a poner de relieve la necesidad de la lectura y del libro, especialmente en este siglo XXI reinante de aparatos de pantallas luminosas que tienen comido los ojos y el tiempo todos. Pero ese es otro tema.

Cuando contaba trece años la fortuna del patriarca de la familia los abandonó lo que obligó al joven Shakespeare a comenzar a trabajar como carnicero. Según afirmaba, a los quince años, era un diestro matarife que degollaba las terneras pronunciando floreados discursos, algo que tampoco me extraña en absoluto, conociendo como conocemos, su capacidad para escribir extensos parlamentos. A los dieciocho años se casó con Anne Hathaway, nueve años mayor que él. Cinco meses después de la boda nació la primera de sus hijas, Susan, y más tarde los gemelos Judith y Hamnet (su único hijo varón que falleció a los once años por causas desconocidas).

Sin embargo, el autor de ‘Antonio y Cleopatra’ (1606) no estaba muy interesado en la vida familiar, así que en 1586 se marchó a Londres a hacer fortuna con los versos. Parece que aquí se abre una laguna de años sin datos sobre el autor hasta 1593, cuando reaparece siendo un famoso dramaturgo y uno de los personajes más populares de Londres. (Si quieren profundizar en la vida del autor inglés hay muchísimas referencias, entre ellas, William Shakespeare. Biografía de M. Ruiza, T. Fernández, T. y E. Tamaro, 2004).

Considerado el teatro como una actividad funesta e indigna, las autoridades de la capital londinense la habían relegado al exterior de la ciudad, en concreto, a los bordes del río Támesis. Allí se situaron escenarios como el mítico The Globe que no dejaban de ser espacios muy parecidos a las corralas de nuestro Lope de Vega.

En la orilla sur del mítico río, se instaló en 1598 la compañía de Chamberlain, en el nuevo El Globo, que quedó unido para la eternidad con el nombre de Shakespeare. De hecho, la mayoría de sus obras se representaron en este teatro, demolido en 1644, más de 30 años después de la muerte del dramaturgo. En 1993 empezó la reconstrucción del edificio, que abrió sus puertas en 1997 bajo el nombre de Shakespeare's Globe Theatre.

Por cierto, que también el autor del ‘El rey Lear’ (1603) sufrió las demoledoras consecuencias de las grandes epidemias que mermaron a la población de la época. Fueron tres que se sepa las obras que Shakespeare escribió cuando la peste bubónica arrasó Londres, obligándole a cerrar el teatro y a confinarse. Nada menos que Macbeth, El rey Lear y Antonio y Cleopatra. ¡A ver quién es el guapo o guapa que se atreve a imitar eso! ¡Ja!

De hecho, parece que la peste rondó la vida de Shakespeare en varias ocasiones. La primera de ellas en los años en los que nació, cuando una peste dejó mermada duramente la población de Stratford-upon-Avon. Y cuando ya era actor y escritor de teatro, así como empresario dado que dirigía su propio teatro, también sufrió las consecuencias de esta epidemia, obligándole a cerrar el mismo durante semanas. Ya ven, los azotes epidémicos es lo que tienen.

Pero regresemos al objeto de este reportaje: su casa natal. Era un nublado día de junio de hace ya algo así como 25 años cuando me embarqué en una de esas visitas de un día de duración que incluyen la visita al pueblo de Shakepeare parando en algunas de las villas que componen la maravillosa zona británica de Cotswolds. Tengo que reconocer que, a pesar del frío y la humedad de la zona de la campiña inglesa, esta zona me parece llena de una belleza que es crucial sentir en persona, con sus largas filas de viviendas de piedra, sus chimeneas humeantes y techos puntiagudos de tejas de pizarra, sus cementerios de cruces de piedras llenas de musgo y líquenes y sus calles empinadas. Ay, ¡qué ensueño de lugar! No me extraña que las casas de los míticos personajes del escritor británico J.R.R. Tolkien, los hobbits, en ‘El señor de los anillos’ (1954) tuvieran esa arquitectura tan singular, como de cuento de hadas.

Y todo eso antes de llegar al objeto de esta crónica, la casa de William Shakespeare, ¡imagínense! Abierta al público desde hace más de 250 años, todavía hoy se puede pisar el mismo suelo que pisó el escritor inglés, admirar el comedor familiar o las habitaciones en las que pasó los primeros cinco años de matrimonio con Anne Hathaway.

El acceso a la casa-museo se realiza a través de una sala donde se exponen datos sobre su obra y su legado, para dirigirse seguidamente a un jardín frondoso de flores y árboles. Después el visitante se adentra en la vivienda en sí, con el comedor, el salón y los dormitorios, todo ello adornado con muebles de la época en una perfecta recreación de lo que sería la vivienda de Shakespeare y su familia.

Por cierto, que en la localidad existen otras viviendas vinculadas a la vida de Shakespeare como la vivienda donde residió ya siendo un autor famoso con Anne Hathaway y sus hijas Susana y Judith de 1597 a 1616, así como la casa donde nació la propia Anne y la madre del autor y, por supuesto, la Iglesia Holy Trinity, donde reposan sus restos mortales.

Un dato: cuando realicé no tuve el placer, pero parece que en la actualidad, se ofrece al visitante la posibilidad de visionar pequeñas representaciones de pasajes de las obras del ilustre autor británico a cargo de actores y actrices, lo que considero un gran acierto que ayuda a dar un mayor esplendor no solo a la visita en sí sino a las clásicas obras del autor de ‘La tragedia de Julio César’ (1599).

Para concluir este reportaje, voy a tomar prestado un párrafo del libro de Gáldós en ‘La casa de Shakespeare’:

“La visita ha concluido, y sólo quedan espacio y margen para las reflexiones que sugiere la contemplación de los interesantes objetos relacionados con la vida mortal del dramaturgo, que ha sido y será siempre asombro de los siglos. Pero estas reflexiones mejor las hará el lector que yo.”

Esta vez vuelvo a coincidir con don Benito.

Para más información, puedes pinchar en este enlace

Fotos: Josefa Molina y fuentes varias.