Los 25 mejores actores del siglo XXI (hasta ahora) - Infobae

Estamos viviendo una época dorada de la actuación, de hecho, de platino. A esa conclusión llegamos cuando decidimos seleccionar a nuestros actores favoritos de cine de los últimos 20 años. No existe una fórmula para elegir a los mejores (solo muchas discusiones), y esta lista es inevitablemente subjetiva y quizá escandalosa por sus omisiones. Algunos de estos actores son noveles; otros han estado en el medio desde hace décadas. Para nuestra selección, nos enfocamos en este siglo y consideramos talentos más allá de Hollywood. Y, aunque sin duda hay estrellas en la lista e incluso unos cuantos ganadores del Oscar, también hay actores de reparto y camaleones, héroes de acción y tesoros del cine de arte. Ellos representan 25 razones por las que todavía amamos las películas, quizá hoy más que nunca.

25. Gael García Bernal

MANOHLA DARGIS: Cuando la cinta de suspenso Amores perros de Alejandro González Iñárritu y la película de carretera Y tu mamá también de Alfonso Cuarón se estrenaron en las salas de arte de Estados Unidos con un año de diferencia, el impacto fue sísmico. Sus directores pronto se hicieron acreedores al prestigio internacional, al igual que Gael García Bernal, la revelación de ambos filmes. Tenía un don, era magnético en pantalla y tenía un rostro que no podías dejar de ver, esto debido en parte a que —con su mirada inocente y la marcada línea de su mandíbula— fusionaba con sutileza la belleza femenina y masculina.

Este contraste no fue muy evidente en Amores perros (2001), pero ayudó a enriquecer Y tu mamá también (2002), una historia más cálida y conmovedora sobre el paso a la madurez que inicia con un grito de alegría y termina con un suspiro de nostalgia. García Bernal interpreta a Julio, un adolescente de clase trabajadora que emprende un viaje de descubrimiento (de sí mismo y de otros). Junto con su mejor amigo (interpretado por Diego Luna), Julio se toma la vida a la ligera hasta que ya no lo hace. A medida que la estridencia de la historia se atenúa, reemplazada por una contemplación que el actor comunica de manera muy física, el personaje se retrae y se vuelve reflexivo.

Para 2004, García Bernal ya había participado en Diarios de motocicleta de Walter Salles como el joven Che Guevara e interpretado a un camaleón engañoso en la cinta de Pedro Almodóvar, La mala educación. Almodóvar puso al actor en tacones para interpretar a una femme fatale al estilo del cine negro, un papel que al parecer no le gustó mucho a García Bernal pero que le dio más profundidad a su imagen pública con una mancha de labial y una frialdad psicológica que causó un nuevo revuelo.

A. O. SCOTT: En No (2013) de Pablo Larraín, García Bernal interpreta a René Saavedra, un creativo de la publicidad, joven y exitoso, en Chile de la década de 1980, con su carisma habitual. Tiene onda, pero no es intimidante; es apuesto pero accesible; es gracioso, pero sin llegar a ser odioso; es seguro de sí mismo, pero no es fanfarrón. Al principio, es fácil subestimar tanto a René como a García Bernal, confundir su naturalidad casual y modesta con una falta de seriedad o habilidad. René es reclutado por un grupo de partidos políticos de oposición para producir anuncios televisivos que promueven el voto del “no” en un referendo para decidir la prolongación de la dictadura de Augusto Pinochet. El trabajo de René es vender el rechazo como una opción optimista, reconocer la brutalidad del régimen de Pinochet y, a la vez, enfocarse en un futuro feliz sin él. Aunque René cree en la causa, también la considera un desafío de mercadotecnia, y evoca una vibra parecida a Mad Men cuando discute con clientes, colegas y rivales.

García Bernal tiene la misión de encarnar el vínculo dramático entre las banalidades de la industria mediática y el terror de la represión política, y lo hace todo casi exclusivamente con sus ojos. Una noche, el departamento que habita junto con su hijo pequeño es vandalizado mientras ambos duermen, y en ese momento, la determinación animada de René se reduce a puro miedo. Al día siguiente, regresa al trabajo, y tanto él como su audiencia tienen un nuevo y profundo entendimiento del significado de su labor.

24. Sônia Braga

MANOHLA DARGIS: Hace poco volví a ver Aquarius (2016) para nuestra oda a Sônia Braga. Para aquellos que no la han visto: Braga interpreta a Clara, una escritora cuyo apartamento da al Atlántico. La mayor parte de la historia se trata de Clara, que vive su vida mientras se deshace de su casero. Braga encaja perfectamente en el realismo maravilloso y sin pretensiones del director Kleber Mendonça Filho. Esta vez, mientras veía la película, en parte debido al título del capítulo “El cabello de Clara”, me di cuenta de cómo Braga reacomodaba su opulenta cortina de cabello. Y, mientras lo recogía para después soltarlo, me di cuenta de que Mendonça no solo presentaba un personaje, sino también a la leyenda que lo interpreta.

A. O. SCOTT: Es un recordatorio —subliminal y descarado al mismo tiempo— de que Braga fue muy importante en Brasil y otros países en las décadas de 1970 y 1980, el equivalente en su país de Sophia Loren. Sus películas con Mendonça (Bacurau este año y Aquarius) se basan en esa historia y explotan su carisma clásico. Sin embargo, no son solo apariciones estelares en las últimas etapas de su carrera. Clara no es Sonia Braga: es una mujer muy específica con su propia historia de logros, aventuras amorosas y arrepentimientos. Pero solo una artista con la total seguridad de Braga, su heroica indiferencia ante lo que los demás piensen de ella, podría dar vida a Clara.

DARGIS: Sin embargo, lo que me pareció fascinante de Aquarius esta vez es que Clara también es Braga, en el sentido de que el significado del personaje está en parte conformado por todo lo que Braga aporta siempre que está en pantalla, incluida su historia en el cine brasileño como mujer de ascendencia mixta, así como sus aventuras en Hollywood. Hay algo fantásticamente liberador al ver a Braga en el papel de esa majestuosa mujer, que tiene arrugas visibles y nunca se ha sometido a una reconstrucción de mama después de su mastectomía. Eso es especialmente cierto dado que Braga fue alguna vez encasillada como una estrella sexual. “No se le puede decir de otra manera”, escribió una vez un crítico. Pero eso no es cierto, porque podemos decir que es actriz.

SCOTT: Su habilidad se manifiesta de forma totalmente diferente en Bacurau, una película de este año, una alegoría que toma elementos de la ciencia ficción y es delirantemente fantástica (y violenta), ambientada en el Brasil en crisis. Es una película que se aleja del realismo de las otras obras de Mendonça sin abandonar su pasión política ni su humanismo. Braga, que forma parte de un gran reparto que incluye a actores no profesionales, es esencial para el proyecto. Interpreta a Domingas, una doctora de un pueblo pequeño que sufre alcoholismo y tiene una personalidad a veces mordaz, un papel sin glamur, un personaje cómico que nadie más podría haber interpretado con tanta profundidad y gracia. O como dijo Mendonça: “En una sinfonía, ella sería el piano”.

23. Mahershala Ali

A. O. SCOTT: Mahershala Ali tiene uno de los mejores rostros del cine actual: unos pómulos sobresalientes, la frente alta y contemplativa y unos ojos con un dejo de melancolía. Su presencia en cámara es magnética, pero también atenta y astuta. Sus personajes tienden a la reticencia, a la cautela, pero su discreción es su propia forma de elocuencia, sus susurros resuenan aún más que cualquier grito.

Ali ha ganado dos premios Oscar a mejor actor de reparto. El primero fue por Luz de luna (2016), una película en la que derribó silenciosamente un estereotipo duradero de Hollywood. Juan es un traficante de drogas, la imagen de la destrucción comunitaria y violencia implícita; sin embargo, lo que lo define es su gentileza y la bondad incondicional que le confiere a Chiron, el joven protagonista. Juan escucha al chico, responde sus preguntas y, en una de las escenas más conmovedoras de la película, le enseña a nadar.

Después, entre el primero y el segundo acto, desaparece, pero Ali sigue presente en la película incluso después de su partida. Ali es tanto la imagen trágica y paternal de la virilidad como el primer hombre digno del amor de Chiron.

MANOHLA DARGIS: Ali me llamó la atención por primera vez en la serie de Netflix House of Cards. Interpretó a Remy Danton, un abogado de Washington cuya sonrisita astuta parpadeaba a modo de advertencia, señalando el peligro en su mundo. Remy apareció en el segundo episodio en una escena en un restaurante, donde el personaje principal, Frank Underwood (Kevin Spacey), está comiendo con otros dos hombres influyentes. Remy no intimida a los hombres sentados, se impone. Sabes que Underwood es problemático, pero cuando el director David Fincher hace corte al rostro de Remy, Ali modifica bruscamente la atmósfera al cambiar su personalidad afable por una cautela que eriza la piel, dejando claro que no está hablando con un hombre sino con un depredador.

Estaba tan acostumbrada a ver a Ali con un traje hecho a la medida (y a veces sin él) que al principio no lo reconocí en Luz de luna. No era solo la diferencia en el vestuario, sino el porte preciso que Ali le dio a cada personaje, con variaciones en la complexión corporal, claro, pero también en la manera en que se mueven esos cuerpos y lo que representan. En House of Cards, Remy fluye y hubo momentos en los que pensé que estaba viendo al próximo James Bond. En Luz de luna, Ali crea un personaje titánico cuya fuerza, incluso después de desaparecer de la película, sigue resonando. El actor crea un personaje muy diferente en Green Book: una amistad sin fronteras (2018, el papel que le valió su segundo Oscar), esta vez con una actuación que supera a la película, donde Ali interpreta al músico Don Shirley como un hombre y una fortaleza protegida.

SCOTT: Casi me atrevería a decir que la actuación es lo opuesto a la película. Ali es elegante, ingenioso y consciente de sí mismo, mientras que Green Book es torpe, bromista y no distingue sus propias brutalidades. No estoy seguro si cualquier otro actor habría podido manejar la famosa escena del pollo frito con tanta dignidad. El hecho de que Green Book: una amistad sin fronteras y Luz de luna hayan sido ganadoras del premio a la mejor película refleja las contradicciones de nuestro momento cultural, pero que el oficio sutil de Ali y su carisma inquebrantable puedan sustentar dos películas tan divergentes es una prueba de su talento.

22. Melissa McCarthy

MANOHLA DARGIS: Cuando los críticos analizamos a detalle a los actores cómicos como Melissa McCarthy, con frecuencia abordamos cualidades conocidas como el ritmo, la gracia y una fisonomía maleable, pero también hablamos de la actuación. Desde que hizo la transición de la televisión al cine, McCarthy ha demostrado su rango actoral en repetidas ocasiones y ha ayudado de manera estimulante a echar abajo las ideas retrógradas sobre quién puede ser una estrella de cine. Ninguna película le ha beneficiado tanto como Spy: una espía despistada (2015) en la que interpreta a Susan, una tímida analista de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) que es enviada a una misión extravagante que le permite a McCarthy caminar con delicadeza al principio y luego contonearse maravillosamente.

La forma en que la película utiliza las convenciones del género para lucir los talentos de McCarthy y, a la vez, romper con los estereotipos, es esencial para la diversión subversiva de Spy. Susan contiene una multitud de personalidades, primero a manera de autoprotección (oculta su fuerza interior) y más tarde como expresión de su humanidad. Cuando trabaja en el campo, asume a disgusto varios disfraces desaliñados y con maquillajes trágicos (variaciones de cómo la perciben los demás) antes de transformarse en una fantasía sexi y provocadora que ella misma diseñó. Mientras Susan se suelta el pelo y se desinhibe, McCarthy se desata. Su voz retumba, sus manos agitadas se convierten en puños y su rostro de muñequita se convierte en una Medusa. McCarthy no está interpretando a una sola mujer, sino a todas nosotras, con toda su energía.

A. O. SCOTT: Lee Israel es divertida. Comparte un ingenio verbal veloz e intensamente agresivo con algunas de las otras creaciones de McCarthy, como Tammy en Tammy (2014) y Mullins en Chicas armadas y peligrosas (2013). No obstante, Lee era una persona real, y ¿Podrás perdonarme? (2018) no es exactamente una comedia. Tampoco es una película biográfica, sino más bien una muestra muy específica de la vida “queer” y literaria de Nueva York a finales del siglo XX dentro de una película sobre una amistad entre inadaptados convertida en una cinta de aventuras.

No es fácil que te agrade Lee o que la apoyes. Es corrosiva, ensimismada y se autosabotea. Se aleja de sus amigos y mantiene un control endeble tanto de la ética como de la sobriedad. McCarthy se resiste a convertir su historia (que incluye intercambiar una carrera fallida como escritora por una lucrativa temporada como falsificadora de cartas de escritores famosos) en una parábola de recuperación o redención.

Se trata de cómo Lee y su compañero (el maravilloso Richard E. Grant) apuestan por la supervivencia, rebelándose contra el destino que un mundo indiferente les tiene preparado. El título de la película plantea una pregunta sincera. Tal vez no puedas perdonar a Lee por sus fallos y mentiras, su falta de consideración por las palabras y los sentimientos de los demás, pero no hay manera de que puedas olvidarla.

21. Catherine Deneuve

Por Marjane Satrapi

Con una extensa trayectoria en la que ha trabajado con los autores más conocidos de la industria, Deneuve siempre ha simbolizado una clase particular de elegancia francesa, ya sea que interpretara a una esposa común, una desafortunada propietaria de restaurante o incluso una madre iraní. Ese último papel perteneció a la película Persépolis (2007). Deneuve le dio voz a un personaje basado en la madre de Marjane Satrapi. Le pedimos a Satrapi, quien dirigió la cinta junto con Vincent Paronnaud, que nos explicara por qué eligió a Deneuve.

Si vives en Francia, Catherine Deneuve es un ícono. Cuando era niña, yo la idolatraba. Siempre tomó decisiones que estaban muy adelantadas a su tiempo, era más anarquista que burguesa. Siempre ha sido considerada como una parisina muy burguesa, lo cual es una mentira absoluta. Ella es una rebelde que se ve como una gran dama.

Cuando conocí a Catherine Deneuve por primera vez fue como ver a Dios en persona. Me quedé impactada. Sin embargo, tenía que dirigirla y no me atrevía a decirle nada. Durante las primeras dos horas, me quedé totalmente paralizada, y ella me tranquilizó. Como la mujer tan generosa que es, me dijo: “Tú eres la directora y yo soy tu actriz. Dime qué hacer y lo haré”. No lo dijo frente a otras personas. Me invitó a fumar un cigarrillo afuera y ahí me lo dijo en privado.

Para el personaje de la madre necesitaba a alguien que no fuera como una madre eterna que es muy amorosa, porque mi mamá no es así. Mi madre es una persona muy agradable, pero también te dice: “Haz esto. Haz lo otro”. Necesitaba a alguien que tuviera el poder de una mujer que quiere que su hija se supere [en la vida] y se vuelva más independiente. Catherine Deneuve tiene una forma de hablar que no es juguetona, porque no intenta agradarle a la gente. Es muy franca. Cuando te habla, te ve directamente a los ojos.

No intenta agradarle a la gente. Es muy franca.

Hay una escena en la que yo llego a la casa y mi mamá me empieza a gritar: “¿Sabes qué les hacen a las jovencitas en Irán? Tienes que irte de este país”. Recuerdo que cuando leyó esos parlamentos, el tono no era el indicado. Trató de contenerse como suele hacerlo. Yo le dije: “No, Catherine, de verdad estás al borde de la locura”. Lo hizo de nuevo y lloró en serio. Eso fue sumamente conmovedor.

Y ahora, aún después de todos estos años, cada vez que la veo se me acelera el corazón. Ella es como un león. No es llamativa, no hace gestos. Pero, aunque esté detrás de ti y no la alcances a ver, se percibe que hay un felino en la habitación. Te sientes muy emocionado y al mismo tiempo muy nervioso. Es feroz e intrépida, y eso me encanta de ella. — Entrevista realizada por Kathryn Shattuck

20. Rob Morgan

A. O. SCOTT: Los grandes actores de reparto son maestros de la paradoja, indelebles e invisibles al mismo tiempo. No es necesario reconocerlos de un papel al siguiente, pero dejan su sello en cada una de las películas, mejorando el todo aunque sea en partes pequeñas.

Si viste Mudbound: el color de la guerra, Monsters and Men, The Last Black Man in San Francisco y Buscando justicia —cuatro películas estrenadas entre 2017 y 2019—, sabes quién es Rob Morgan, aunque no lo conozcas por su nombre.

Como un prisionero sentenciado a muerte en Buscando justicia, tiene una presencia notablemente discreta, un hombre tranquilo, acosado por el remordimiento, la impotencia y el temor, en cuyo aprieto se encapsula el argumento humanista de la película.

En cada una de las otras cintas, interpreta a un padre, en el sur de Estados Unidos de la época de Jim Crow y el norte urbano de la actualidad: un hombre que sabe más de lo que elige decir. En esas películas, los hijos son quienes hablan la mayor parte del tiempo, pero Morgan les da una expresión elocuente a las experiencias que están fuera de la trama principal, pero la aterrizan en una historia más grande. En Last Black Man, aparece en un puñado de escenas y dice tan solo unos pocos diálogos, pero todo lo que sucede en esa película está escrito en su rostro: los placeres y las decepciones de la vida en la periferia de una ciudad idiosincrática que cambia con rapidez. Él escucha, masca semillas de girasol, toca unos pocos acordes en un viejo órgano y después de pasar unos minutos en su presencia entiendes exactamente lo que necesitas saber.

MANOHLA DARGIS: Cada cierto tiempo, una pequeña película le da la oportunidad a un actor de brillar más y ser el centro de atención, y esto hace Morgan en Bull (2020) de Annie Silverstein. Morgan interpreta a Abe, un exjinete de toros de rodeo con articulaciones rígidas, sangre en la orina y una vida que pende de un hilo. Ahora que se acabaron sus días de montar toros, trabaja como torero, ayudando a proteger a los jinetes caídos. Por fortuna, el papel de Abe no está sobrecargado de parlamentos, por eso Morgan puede definir el personaje con una interpretación convincente, en la que las inclinaciones de cabeza, las miradas de lado y la presencia introvertida expresan un pasado doloroso y los instintos de autoprotección de un hombre retraído emocionalmente.

Bull solo debería ser sobre Abe, pero en cambio se centra en su relación con una vecina de 14 años blanca y desarraigada, Kris (Amber Havard). Sus destinos se cruzan de manera desagradable después de que Abe la descubre destruyendo su casa, y toma la forma del optimismo inmerecido que es fundamental en el cine estadounidense. En otras palabras, Abe y Kris se salvan el uno al otro. No obstante, la película se salva gracias a la ventana que abre Morgan hacia el vaquero negro y cómo la interpretación complica algunos de los mitos favoritos de Estados Unidos, entre ellos la figura del solitario estoico y endurecido. Abe no llega cabalgando desde el territorio de John Wayne; Abe llega cabalgando desde una tierra completamente distinta que Morgan vuelve visceral, afligida y totalmente viva.

19. Wes Studi

Por Manohla Dargis

Wes Studi tiene uno de los rostros más llamativos de la pantalla: con rasgos prominentes, líneas de expresión y rematado con el tipo de ojos penetrantes que insisten en que les sostengas la mirada. A directores menores les gusta usar su rostro como un símbolo contundente de la experiencia de los nativos estadounidenses, como una máscara de nobleza, de sufrimiento, de dolor inescrutable solo porque nadie se lo pregunta al hombre que lo porta. En la película correcta, Studi no solo juega con la fachada de un personaje; pela sus capas. Cual maestro de la opacidad expresiva, te muestra la máscara y lo que yace debajo de ella, tanto en pensamiento como en sentimiento.

Te muestra la máscara y lo que yace debajo de ella.

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Studi se hizo famoso en la conciencia cinematográfica como el vengativo guerrero hurón en la épica cinta El último de los mohicanos (1992) de Michael Mann, un personaje que el actor transmite con una poderosa fuerza física e intensidad de sentimientos como el desprecio, la impaciencia, el resentimiento y la furia. Hacer mucho con poco ha sido una constante en la carrera fílmica de Studi, que incluye papeles significativos en El nuevo mundo (2005) y Avatar (2009). Como muchos otros actores, tiene su dosis de trabajos que han pasado inadvertidos, ha hecho películas de explotación y programas de televisión de pésima calidad. A menudo se le incorpora al elenco específicamente como nativo estadounidense, ha interpretado a Gerónimo y a Cochise; es probable que enderezara muchas películas fallidas si las películas de vaqueros siguieran de moda. Y si la industria fuera aventurera, también podría interpretar más papeles como el del supervisor de un refugio para indigentes en Conociendo a Flynn (2012), un hombre que no usa lo que Studi llama “pieles y plumas”.

Por cuestiones instructivas, no usa ninguna de esas dos cosas en Hostiles (2017) de Scott Cooper, una película sobre la vida y la muerte a finales del siglo XIX. Studi interpreta al jefe Halcón Amarillo, un prisionero al borde de la muerte a quien el gobierno federal le concede regresar a sus tierras ancestrales. La película se interesa principalmente en su acompañante, un odiador de indios arruinado por la guerra, Christian Bale, la estrella. De nuevo, Studi logra interpretar un papel de reparto que complementa una actuación principal —la indiferencia de su personaje a la ira de su acompañante es un muro que no puede atravesarse— y ayuda a ecualizar el equilibrio de la historia. Halcón Amarillo ha sobrevivido lo suficiente para morir en sus propios términos, una supervivencia que Studi convierte en un acto final de compostura.

18. Willem Dafoe

Por Julian Schnabel

El actor ha sido una presencia vital en películas tan distintas como La sombra del vampiro (2000) y El proyecto Florida (2017), por las que recibió nominaciones al Oscar. También fue nominado por interpretar a Vincent van Gogh en la película biográfica de Julian Schnabel, Van Gogh en la puerta de la eternidad (2018). Le preguntamos a Schnabel por qué recurrió a Dafoe.

Conocí a Willem hace más de 30 años. Siempre había vivido en el vecindario, y teníamos muchos amigos en común. Oliver Stone estaba filmando The Doors en Nueva York, y una noche, estábamos merodeando por el plató, y esa fue la primera vez que comenzamos a hablar realmente.Algo muy importante es que es un actor muy generoso. Se preocupa por las actuaciones de otras personas y por ayudarlas al estar disponible en lo que sea que esté haciendo. Es muy muy leal y bastante inteligente. Si trabajas con alguien que es inteligente, puede mejorarlo todo.

Es un actor muy generoso. Se preocupa por las actuaciones de otras personas.

[Para Van Gogh en la puerta de la eternidad] necesitaba a alguien que tuviera el carácter necesario para interpretar a Van Gogh. Y no se trataba únicamente del parecido físico. Necesitaba a alguien que tuviese la suficiente experiencia de vida como para ser ese sujeto. La gente pensó, bueno, Willem tiene 60 años, Van Gogh tenía 37 cuando murió. Eso era irrelevante para mí. Tienes que permitir que tus corazonadas te guíen a confiar en alguien y pensar que puede hacer algo. Yo confío en Willem implícitamente. Y ese grado de confianza es mutuo.

Hay un metraje que filmamos en Arlés, después de que él llegó, pero no pudimos usarlo en la película. Tenía el mismo vestuario, tenía el mismo peinado, pero aún no era Van Gogh. Entonces ocurrió un momento en el que, de repente, ya era el personaje. Se había transformado, transfigurado. Era alguien más.

Una de mis escenas favoritas es cuando habla con el joven doctor Rey, quien lo trata después que se cortó la oreja y le asegura que va a volver a pintar cuando esté recluido. Esa interacción es extraordinaria, lo que Willem hace allí. Básicamente, está sentado en una mesa y no hay mucho espacio para moverse. Pero lo que ocurre en su rostro, en su reacción a lo que el doctor le está diciendo, y también su reacción a los pensamientos que pasan por su mente en ese momento, es un paisaje de eventos y una vida interior que me recuerda a la espuma que brota de la nata de un batido de vainilla. — Entrevista realizada por Kathryn Shattuck

17. Alfre Woodard

Por A. O. Scott

En un mundo justo, habría un listado larguísimo de actuaciones grandiosas para llenar este apartado, una antología de matriarcas, heroínas románticas, divas y villanas que reflejaran la amplia gama de dones que posee Alfre Woodard. Este tipo de papeles siempre escasean para las actrices negras, pero incluso en papeles pequeños en películas o series de televisión de menor escala, Woodard es una presencia inolvidable, majestuosa y a la vez profundamente real.

Las dos películas que le han ofrecido mayor holgura —12 años de esclavitud (2013) de Steve MxQueen y Clemencia (2019) de Chinonye Chukwu— ponen el tema de la justicia bajo los reflectores. En estas películas, Woodard tuvo que hacer valer la dignidad y la integridad ética de sus personajes ante la imposibilidad de las circunstancias crueles. Bernadine Williams, la directora penitenciaria en Clemencia, entre cuyas responsabilidades está supervisar las ejecuciones de los reos, cada vez siente más que su profesionalismo está en contradicción con su humanidad. En 12 años de esclavitud, la señora Shaw, una mujer esclavizada cuya relación con el dueño de una plantación le granjeó ciertos privilegios, ha pactado con un sistema edificado sobre su propia deshumanización.

El arte de Woodard, su compromiso con la verdad, es lo que se ve.

Las contradicciones a las que se enfrentan Bernadine y la señora Shaw son más grandes que cualquier individuo. Lo que logra Woodard es hacerlas personales. El autocontrol es una cuestión de supervivencia, y el rostro de Woodard se vuelve el retrato del decoro, al personificar a la noble dama sureña o a la burócrata eficiente que la situación amerita. No es tanto que deje caer las máscaras, excepto quizá en la devastadora escena final de Clemencia, sino que más bien muestra el costo y cuidado que requiere portarlas. Los personajes también están actuando, interpretando sus papeles con la vida en juego, y el arte de Woodard, su compromiso con la verdad, es lo que se alcanza a ver en el espacio entre lo que parecen ser y lo que son.

16. Kim Min-hee

Por Manohla Dargis

La actuación exquisitamente matizada de Kim Min-hee es el eje de la película, y la actriz misma ha estado al centro de la filmografía de Hong desde entonces, pues ha aparecido en casi todas sus películas subsecuentes. Como un autor consagrado del cine independiente, Hong relata historias de una escala modesta que son formalmente divertidas, sensibles a la imperfección humana y partidarias del soju. En ellas suceden eventos comunes, a veces de manera poco común. La repetición suele ser un enfoque narrativo, arraigado en la vida y comunicado a la perfección por la lúcida expresividad de Kim.

En el canon minimalista de Hong, la vida se resume en momentos cotidianos, en conversaciones y en la manera en que los cuerpos se inclinan y se acercan unos a otros. Las diferencias entre las dos mitades de Ahora bien, antes mal revelan nuevas facetas de los personajes y crean nuevas tensiones entre ellos. También dan rienda suelta al rango histriónico de Kim, pues le permiten jugar con la entonación, los gestos y los vistazos vacilantes. Y aunque las dos secciones de la película se sienten como variaciones de la misma historia, su actuación más bien parece fusionarse, pues —sonrisa a sonrisa, con miradas evasivas e inamovibles— Kim une las partes del personaje en un mismo todo.

Tiene momentos extravagantes y otros callados, vira de lo monstruoso a lo tímido.

En La doncella (2016) de Park Chan-wook, su película más conocida, Kim optó por un método barroco. En este drama estrafalario, y a menudo perversamente divertido, ambientado en Corea en la década de 1930, ella interpreta a una noble japonesa que escapa de la perversión de su tío gracias a su astucia y a la ayuda de otra mujer. Los ostentosos excesos y giros narrativos de la historia le permiten a Kim agotar todo su arsenal. Tiene momentos extravagantes y otros callados, vira de lo monstruoso a lo tímido, y alterna entre ocultar los sentimientos de su personaje y dejarlos fluir sin mesura. Su cuerpo se estremece y su rostro se deforma conforme el miedo y el dolor dan paso al éxtasis y a la liberación. El personaje es un misterio que la película insinúa, pero que Kim revela con delirio.

15. Michael B. Jordan

Por Ryan Coogler

Michael B. Jordan ha interpretado a abogados, atletas y superhéroes, pero incluso antes de que su rango actoral se hiciera evidente, el director Ryan Coogler quiso trabajar con él. Coogler ha hecho tres largometrajes (Estación Fruitvale, Creed: corazón de campeón y Pantera Negra) y Jordan participa en todos ellos como protagonista o coprotagonista. Le pedimos al director que nos explicara qué es lo que nos atrae del actor.

Conocí a Mike en 2012 cuando estaba investigando y trabajando en el guion de Estación Fruitvale. Antes de conocerlo, decidí que él era la mejor opción para el personaje, con base en otros trabajos que conocía de él: un par de películas ese año (Red Tails y Poder sin límites) y un montón de cosas en la televisión, pero pensé que podría interpretar a Oscar. Se parecía a él, pero también noté que tenía la habilidad de hacerte sentir empatía por él. No todos los actores tienen esta característica, de hacer que te preocupes por alguien de inmediato y eso provoca una reacción de empatía. Él lo tenía. También posee un conjunto de herramientas muy avanzado como actor.

Noté que tenía la habilidad de hacerte sentir empatía por él.

Ha participado en todas las películas que he hecho y sigo eligiéndolo porque es el más indicado para el trabajo. Creed: corazón de campeón [2015] tenía otro personaje que pensé que podría interpretar bien. Antes de ser actor, Mike fue atleta en la primaria y secundaria. Había interpretado a atletas en la televisión, el personaje más famoso fue el de Friday Night Lights, así que nos pareció que Mike era el indicado para realizar algunas de las cosas que su personaje tendría que hacer en Creed. Era un aspecto de él que no representaba mayor esfuerzo.

Y [en] Pantera negra [2018], verlo a él y a Chadwick combatiendo frente a frente se sintió como todo un suceso. La fama de ambos estaba en aumento y ambos ya habían sido protagonistas cuando rodamos esa película.

Ahora bien, el aspecto emocionante de crecer en la industria es llegar a trabajar juntos en diferentes ámbitos. Ahora está haciendo muchas cosas detrás de cámara y tenemos algunas oportunidades de trabajar juntos, no solo como actor y director.

Su ambición tiene una cualidad entrañable. Siempre quiere ponerse a prueba y desafiarse a sí mismo, lo cual se percibe en sus actuaciones, pero también en su noción de los negocios. Esa ambición lo mantiene con la mente abierta. Observa todo y no quiere negarse a ciertos géneros u oportunidades. Así que creo que el cielo es el límite para él y su carrera. — Entrevista realizada por Mekado Murphy

14. Oscar Isaac

A. O. SCOTT: Aunque las últimas entregas de la saga de La guerra de las galaxias no fueron lo máximo para mí, sí me encariñé con algunos personajes, en particular con Poe Dameron, el piloto de la resistencia que es la figura más encantadora de la tercera trilogía. Como Poe, Oscar Isaac es una presencia atractiva y relajada en estas películas, pues es un sujeto que parece saber lo que hace.

Sus personajes no siempre tienen tanta suerte, ni tanta seguridad de sí mismos, pero el actor se comporta con la precisión de alguien que confía en sus habilidades lo suficiente como para aventurarse hacia territorios riesgosos y desconocidos. El verano antes de que se estrenara Balada de un hombre común (2013), Joel e Ethan Coen nos dijeron que, en un inicio, querían que un músico famoso interpretara el papel protagónico de su filme. En lugar de eso, encontraron a Isaac, quien les dijo (según relató Joel) que “si le preguntas a un grupo de actores si sabe tocar la guitarra, la mayoría te dirá que toca desde hace 20 años, pero a lo que se refieren en realidad es que han tenido una guitarra durante 20 años”. Isaac sabía tocar de verdad. Cuando pienso en qué lo hace tan creíble como actor, eso es lo primero que me viene a la mente. No porque tocar la guitarra sea algo muy importante, sino porque sea lo que sea que Isaac finja hacer en pantalla —vender combustible para calefacción (en la infravalorada El año más violento (2014); inventar robots sensuales (en Ex-Máquina); pilotear aviones de caza estelar— siempre creo que en verdad sabe hacerlo y que estoy viendo una especie de maestría auténtica en acción.

MANOHLA DARGIS: Cuando los actores causan una primera impresión muy profunda, a veces se quedan ligados a tu noción de lo que pueden hacer. Después de ver Balada de un hombre común, yo asociaba a Isaac con una sensación de derrota conmovedora, con un trasfondo de resentimiento reticente. Algunos de sus otros papeles apuntalaban este concepto de aflicción inherente, entre ellos su interpretación de un alcalde asediado en la serie de HBO Show Me a Hero (2015). Esto se debe en parte a su apariencia melancólica y romántica, y a la manera en que sus cejas enmarcan sus suntuosos ojos bajo sus largas pestañas. Y luego está su voz, no solo su hermoso timbre sino también esa resonancia que crea intimidad. Incluso cuando recurre a inflexiones nasales, su voz conserva una cualidad de proximidad, ese es uno de los motivos por los que, cuando Llewyn canta, se siente, o suena, como si lo hiciera más para sí mismo que para el público. La voz de Isaac también suaviza su belleza y te cautiva de inmediato. Sin embargo, en ocasiones, como en el caso de Ex-Máquina, usa esa intimidad para un propósito insinuante, siniestro.

El papel de Isaac en Ex-Máquina (2015) es secundario pero vital para el tono y el impacto de la cinta. Interpreta a Nathan, un multimillonario del sector tecnológico que desarrolla proyectos de inteligencia artificial al estilo de Víctor Frankenstein, pues construye (y destruye) hermosas mujeres androides. Nathan, una representación violentamente crítica de los amos del universo digital de la actualidad, podría haber dominado la película sin problemas. Isaac, en cambio, mantiene su carisma bajo control y deja que el aura escalofriante del personaje envenene el ambiente. Los altibajos emocionales de Nathan junto con su apariencia inesperada —cabeza rapada, barba poblada, gafas y músculos prominentes— hacen que sea difícil comprenderlo del todo. No obstante, cuando se pone a bailar de la nada y ejecuta una coreografía asombrosa, Isaac expone todo lo que necesitas saber acerca de Nathan con la precisión geométrica de sus movimientos y la demencia en su mirada. Son 30 segundos de genialidad pura.

13. Tilda Swinton

MANOHLA DARGIS: Tilda Swinton, la mujer de los mil rostros ultraterrenales, ha creado suficientes personajes —con incalculables pelucas, disfraces y acentos— como para ser considerada un elenco de una sola persona. Swinton es una estrella de cine, una actriz de carácter, una artista del performance, una extraterrestre, una timadora. Su rostro pálido y marcadamente pulido es un lienzo ideal para pinturas y prótesis, y es capaz de transmitir una calma desconcertante. Uno quiere descifrarla, pero no puede. Eso la ayuda a ser una gran villana, ya sea que esté encarnando a un demonio, una reina o una abogada corporativa. En Crimen repentino (2009), Swinton deja caer esa barrera para interpretar a una alcohólica y secuestradora de niños descontrolada, ofreciendo una actuación a tope que es tan visceral y transparente que se pueden ver los pensamientos del personaje en acción, como pequeños parásitos que se mueven debajo de la piel.

A. O. SCOTT: Nos gusta elogiar a los actores por su “rango”, pero esa es una palabra casi ridículamente inadecuada para las metamorfosis radicales que logra Swinton. Basta estudiar una sola vertiente de su carrera: su trabajo con Luca Guadagnino, un cineasta que comparte su placer por la reinvención de uno mismo. En Yo soy el amor (2010) Swinton interpretó a la esposa rusa de un aristócrata italiano y ofreció una actuación en dos idiomas y en un tono del más puro desamor melodramático. En Cegados por el sol (2016) apenas tuvo diálogos: Swinton decidió que sería interesante que su personaje de diva del rock glam hubiera quedado muda tras una cirugía de garganta. En Suspiria (2018), ejecutó una de sus muchas autoduplicaciones, apareciendo como miembro de un aquelarre de brujas adictas al ballet y también como un hombre anciano sobreviviente del Holocausto.

DARGIS: Esa duplicación da forma a sus interpretaciones más andróginas, en las que con gran facilidad difumina el género, confirmando así (una vez más) cuán insuficientes son categorías como “hombre” y “mujer”. Ella es ambos y ninguno. Otro tipo de duplicación ocurre cuando interpreta a gemelas, como en ¡Salve, César! del 2016 (como dos columnistas de chismes rivales) y Okja el siguiente año (como líderes industriales muy crueles y visualmente distintas). En cada uno de esos proyectos, Swinton nos muestra dos caras de la misma persona, tal como lo hace en Michael Clayton (2007) cuando la abogada que ella encarna ensaya un discurso engañoso frente a un espejo. Cuando la abogada habla, hace una pausa y pierde su sonrisa, la ves intentado desesperadamente controlar un reflejo que ya se está resquebrajando.

SCOTT: Esos roles pueden ser teatrales, pero casi nunca se sienten efectistas. Swinton tiene raíces en una tradición vanguardista —al principio de su carrera trabajó con Derek Jarman y Sally Potter— que enfatiza la mutabilidad de la identidad y los límites borrosos entre el artificio y la autenticidad. Durante los últimos 20 años ha llevado parte del rigor intelectual y audacia conceptual de ese trabajo a Hollywood y más allá. No solo es una artista excepcionalmente estimulante, sino también una de las grandes teóricas vivas de la interpretación.

12. Joaquin Phoenix

Por James Gray

Joaquin Phoenix ha participado en cuatro películas del director James Gray, empezando por La otra cara del crimen en el año 2000 e incluyendo Los dueños de la noche (2007), Amantes (2009) y El sueño de Ellis (2014). Le pedimos a Gray que nos explicara cómo el actor ha realzado —y mejorado— su visión como director.

Cuando vi Todo por un sueño, dije, “Ese actor” —ni siquiera sabía su nombre aún— “es increíblemente bueno para expresar su vida interna sin ayuda del diálogo”. Ese es un atributo muy importante en el cine, pues la cámara lo revela todo. Él era un actor con una sensibilidad muy profunda y era evidente. Pensé: “Es muy interesante, me encantaría conocerlo”. Y así lo hice.

Nos entendimos de inmediato. Nos gustan las mismas cosas. Pensamos muy parecido. Así que me agradó enseguida. Tenía ese carácter multifacético. En la primera cinta que hicimos juntos [La otra cara del crimen], estoy seguro de que lo hice enojar en muchas ocasiones. Soy muy directo y eso puede ser bueno, pero a veces no tanto. Ya he mejorado en ese sentido. Solo digamos que no siempre estaba dispuesto a decir: “Sí, eso es interesante, pero mejor intentemos esto”. Más bien decía: “Joaq, ¿qué estás haciendo? Estuvo terrible, intenta otra cosa”. Sé que eso lo frustraba porque su talento era inmenso.

Tiene una capacidad ilimitada para sorprenderte de la mejor manera e inspirarte a tomar una dirección que no tenías planeada, que es mejor a lo que tenías en mente y que expande la idea. Es sumamente creativo, siempre está pensando y, de hecho, ha mejorado con el paso de los años. Yo nunca he dicho: “Quiero mi visión en la pantalla”. Yo quiero algo mejor. Lo ideal es establecer los parámetros de lo que tienes en mente y después rodearte de gente que lo embellezca más. No harán algo necesariamente distinto, pero sí más intenso y vivaz.

Tiene una capacidad ilimitada para sorprenderte de la mejor manera.

Lo mejor es que un actor te sorprenda de una manera que sea congruente con el personaje, pero que también sea muy interesante. Joaquin es fantástico para eso, y es muy inspirador. No sabes qué esperar de él, en el mejor sentido posible. Joaquin Phoenix es de lo mejor que me ha pasado en la vida. Si me arrepiento de algo, es solo de no tenerlo en todas las películas que he hecho. — Entrevista realizada por Candice Frederick

11. Julianne Moore

A. O. SCOTT: La infeliz ama de casa estadounidense —que sonríe para mantener las apariencias ante la tragedia doméstica y el conflicto interno— es un duradero arquetipo de las películas. Es uno que Julianne Moore ha explorado y explotado en Las horas (2002) y especialmente en sus colaboraciones con Todd Haynes como en Lejos del cielo (2002).

Esa película se desarrolla en Connecticut en la década de los cincuenta, pero es un paisaje marcadamente estilizado, el cual evoca a los melodramas de Hollywood de ese periodo. Cathy y Frank Whitaker (Moore y Dennis Quaid) son alejados de sus asfixiantes matrimonios por deseos prohibidos: Frank por otros hombres y Cathy por Raymond Deagan, un jardinero negro (Dennis Haysbert). Estas transgresiones no son simétricas ni interseccionales. En su sufrimiento, humillación y añoranza, Frank y Cathy no tienen consuelo que ofrecerse el uno al otro.

Moore pudo haber colocado la aflicción de Cathy entre comillas, evocar a las divas del cine melodramático de la década de los cincuenta y lanzar un guiño al público moderno que contempla todo lo malo de antaño desde una distancia estética segura. En cambio, se adentra de fondo, se asoma desde el alma de una mujer que está arraigada en su época y es completamente moderna, atrapada por las reglas y las apariencias, y también es aterradora y emocionantemente libre.

MANOHLA DARGIS: Infelices o no, las esposas pueden ser callejones sin salida para las actrices y para muchas llega el momento en el que son para siempre desterradas a la cocina. Moore ha interpretado a muchas esposas y madres, pero las suyas en ocasiones son más complejas y sorprendentes que sus películas, un indicador de su sensibilidad y talento. Una razón por la cual eleva a sus personajes por encima de los estereotipos es que los interpreta con códigos de realismo, ya sea una actuación naturalista (Siempre Alice, el melodrama de 2014 sobre una profesora con alzhéimer) o una hiperbólica (Mapa a las estrellas, la sátira de David Cronenberg de 2015 en la que interpreta a una diva de Hollywood). Moore puede externalizar el interior de un personaje de una manera hermosa, para que puedas ver los sentimientos brotar en la superficie de su piel. Sin embargo, es una artista de extremos, y ella y Cronenberg gozan de jugar con sus rostros de gárgola.

En gran medida, su actuación en Gloria Bell (2019) está en un tono realista. Interpreta al personaje cuyo nombre da título a la película, una trabajadora de seguros divorciada con un corazón generoso, dos hijos adultos, un ex al que no odia y un apartamento dolorosamente solitario. La película en sí misma es modesta, íntima, profunda y rica en detalles humanos. Gloria comienza un romance con un hombre. Las cosas no funcionan y terminan la relación. No pasa mucho en términos ordinarios de una película; sin embargo, todo sucede porque Gloria ama y es amada. Es una historia que pudo haber llevado a grandes cantidades de lágrimas y presunción. Sin embargo, Moore y el director Sebastián Lelio trascienden lo obvio. No crean simplemente una historia sobre los sentimientos (y el ser) de una mujer a medida que se enamora; crean un panorama de emociones, la textura y la forma de una sensibilidad. La Gloria de Moore no llora y ríe; te muestra cómo se ve el amor desde el interior. Es una interpretación milagrosa.

10. Saoirse Ronan

Por A. O. Scott

¿De cuántas maneras distintas puede madurar una persona? Gran parte de lo que hacen los jóvenes en las películas es crecer, pero pocos actores lo han hecho durante tanto tiempo, o con tanto carácter, inteligencia y variedad como Saoirse Ronan. La actriz lleva casi la mitad de su vida madurando frente a nosotros (tiene 26 años) y con cada papel que asume se vuelve más sabia, más triste, más libre y más fiel a sí misma.

Claro que casi siempre son los personajes los que atraviesan estos cambios. Eilis Lacey (Brooklyn: un nuevo hogar, 2015) encuentra amor e independencia en su nuevo hogar; Christine McPherson (Lady Bird, 2017) aprende a apreciar a su madre; Jo March (Mujercitas, 2019) descubre su voz como escritora. Al habitar la piel de estas mujeres y niñas con todas sus particularidades, Ronan ha mantenido una constancia desconcertante, con un dominio pleno y disciplinado de su talento desde el inicio.

Ha mantenido una constancia desconcertante, con un dominio pleno y disciplinado de su talento desde el inicio.

En Expiación, deseo y pecado, la actuación que la dio a conocer en 2007, interpretó a Briony Tallis, una niña perspicaz de 13 años que piensa que entiende más acerca del mundo de los adultos de lo que en realidad comprende. Ronan no solo exuda la misma precocidad de Briony, sino que también transmite la mezcla volátil de inseguridad infantil y envidia romántica que hace que esta niña imprudente, demandante y no tan inocente se perciba como una presencia genuinamente peligrosa.

Y esa sensación de peligro continúa, ya sea que sus personajes sean vulnerables (como en Desde mi cielo, 2009) o violentos (como en Hanna, 2011). Incluso cuando aparece en dramas estoicos de época o comedias gentiles sobre la vida doméstica, Ronan aporta una precisión impredecible que es emocionante y un poco inquietante de ver. Esto se debe a que, si bien logra captar el estado emocional y el lenguaje corporal específico de, digamos, una reina escocesa del siglo XVI o una adolescente de California en el siglo XXI, lo que comunica con aún más vitalidad es la manera en que piensan esas personas, cómo se siente estar dentro de sus mentes.

Eso tal vez suena como un enfoque actoral muy cerebral e intelectualizado, pero en realidad es lo contrario. La ambición más radical y reveladora que un actor puede concebir es habitar la consciencia de alguien más e invitar a la audiencia a embarcarse en ese mismo viaje parapsicológico. Esto es más que solo adentrarse en un papel hasta desaparecer, o activar recuerdos paralelos metódicamente. Se trata de una especie de reencarnación autogenerada, como si Atenea pudiera nacer no de la frente de su padre, sino de la suya. Puede ser algo aterrador de presenciar, pero la genialidad suele ser así.

9. Viola Davis

Por Denzel Washington

Viola Davis ha trabajado con Denzel Washington varias veces en los últimos 20 años, ya sea como director (Antwone Fisher: el triunfo del espíritu, 2002), como coprotagonista (él en el papel de Troy Maxson, y ella en el de Rose Maxson en el drama familiar Barreras, de August Wilson, en Broadway y luego en la adaptación cinematográfica de 2016) o como productor (él la eligió para el papel principal en Ma Rainey’s Black Bottom, el drama sobre la cantante de jazz Nancy Wilson que se estrenará próximamente). Le pedimos que nos explicara qué hace a la actriz tan extraordinaria:

Es de esos talentos que se ven solo una vez en cada generación. Eso no siempre se sabe de inmediato, pero todos ya lo hemos confirmado con el paso del tiempo. Cuando trabajé con ella en la obra [Barreras] incluso en los ensayos, pensaba: “Ah, ya veo, es una gigante de la actuación”. Tiene una escena muy importante en la que por fin se desahoga frente a Troy; más o menos en la tercera semana de ensayos dejó ver lo que planeaba hacer, y yo pensé: “Más me vale estar a su altura. Tengo que concentrarme”.

Nos fue increíblemente bien, así que jamás se cuestionó quién iba a interpretar el papel en la película. Y como ella es una mujer poderosa, fuerte, pero humilde, el director [George C. Wolfe] tuvo que convencerla de aceptar [el protagónico de Ma Rainey’s Black Bottom]. Yo también tuve que hacerlo. Ella decía: “No sé cantar. No tengo nada de ritmo”, y ese tipo de cosas.

Puede hacer lo que sea que se proponga. A ese nivel llega su talento.

Yo confío plenamente en ella. ¿Por qué la gente quería tocar en una banda con Miles Davis? Porque es un gran colaborador, innovador y artista. Ella es igual. Puede hacer lo que sea que se proponga. A ese nivel llega su talento. Es una de las mejores intérpretes de personajes con quien he tenido la oportunidad de colaborar. — Entrevista realizada por Candice Frederick

8. Zhao Tao

MANOHLA DARGIS: Desde 2000, la actriz china Zhao Tao y el director Jia Zhangke han hecho más de doce películas y cortometrajes, obras de arte dramático y documentales, además de otro trabajo que no encaja a la perfección en ninguna clasificación. Su colaboración cinematográfica es tan holística y familiar que es difícil imaginar cómo serían estas películas sin el rostro y presencia fundamental de Zhao. Muchas veces se habla de que es su musa (están casados), pero esa afirmación no captura en absoluto la complejidad de su aportación, con su poesía, simbolismo y granularidad emocional.

En las películas de Jia, las personas caminan mucho, y nadie ha acumulado más kilómetros que Zhao, en general en tiempo real. Zhao, que era maestra de danza, se mueve con gracia y fluidez, ya sea que sus personajes se desplacen por un salón (El mundo en 2005) o recorran una escuela en ruinas (Ciudad 24 en 2009). En Naturaleza muerta (2008), Zhao interpreta a Shen Hong, quien va en busca de su esposo a un pueblo viejo que quedará inundado debido a la controvertida construcción de una presa. Shen Hong aparece varias veces en tomas a mediana y larga distancia, pero cuando alguien pregunta si tiene prisa, Jia la enfoca en primer plano en un acercamiento. “En realidad, no”, dice, con una expresión de lamento en el rostro, o quizá de tener muchos recuerdos, justo antes de cruzar la puerta.

Los muchos viajeros de Jia trazan el mapa de China una historia tras otra, independientemente de su destino literal o metafórico. Tal vez sea por eso que la postura de Zhao parece tan impresionante. Aunque sus personajes no tengan un rumbo claro, su espalda permanece firme.

A. O. SCOTT: La transformación continua de China, evidente en su moda, su música, su economía, su arquitectura y topografía, es el tema obsesivo de Jia, y Zhao es su avatar y caso de prueba. Es una especie de mujer común y corriente, es decir, personifica a muchas mujeres distintas, en ocasiones dentro del espacio de una sola película.

En La ceniza es el blanco más puro (2019) interpreta a Qiao, que en un principio forma parte de una pareja de gánsteres en Datong, una ciudad industrial del norte. Al igual que su amante, Bin, es intrépida y glamorosa, aunque Qiao, a través de su padre, tiene conexiones con un mundo antiguo de órganos políticos integrados por trabajadores y resistencia proletaria. Es el principio de la década de 2000, y todo en Qiao (su cabello, su ropa, la forma en que se desenvuelve tanto en clubs relucientes como en fábricas maltrechas) expresa confianza en la modernidad y su lugar en ella.

Entonces, su mundo se derrumba. Por su lealtad hacia Bin termina en la cárcel y cuando por fin es liberada, él ha desaparecido. Sus viajes, en bote, a pie, en motocicleta y ferrocarril, la llevan en una larga y extenuante odisea de vuelta a su punto de partida. Sufre sin parar, pero su estoicismo le da un toque casi cómico en algunos momentos, como si fuera al mismo tiempo la heroína de un viejo melodrama de Hollywood y la protagonista de una obra de Samuel Beckett. Su actuación es un maravilloso despliegue de imperturbabilidad, con raíces bien plantadas en la tierra pero, en cierto sentido, exuberante.

7: Toni Servillo

Por A. O. Scott

Toni Servillo quizá sea mejor conocido entre la audiencia estadounidense por La gran belleza (2013), la aventura galardonada con el Óscar en que Paolo Sorrentino explora las decadentes costumbres de la élite cultural de la Roma moderna. Esa película podría catalogarse entre los espectáculos descritos por Pauline Kael como fiestas “para gente disfrazada del alma enferma europea”. Es protagonizada por Servillo, quien encarna a un escritor con pocos logros pero una enorme reputación que se convierte en el maestro de los rebeldes. Con su apuesto rostro arrugado e impecables atuendos, Servillo hace pensar en una versión más establecida del joven que se codea con la alta sociedad interpretado por Marcello Mastroianni en La Dolce Vita: un participante-observador distante, un tanto deprimido, en un turbulento espectáculo de hedonismo.

Si examinamos con más detalle la colaboración de Servillo con Sorrentino, descubrimos algo más intrigante y sustancial que la belleza. Ambos han trabajado juntos en cinco producciones, entre ellas el debut de Sorrentino como director, El hombre de más, y han desarrollado una simbiosis que evoca algunas de las más grandes colaboraciones entre actor y director del pasado: Martin Scorsese y Robert De Niro; Vittorio De Sica y Sofía Loren; John Ford y John Wayne.

No obstante, estas analogías son insuficientes. Servillo ha sido el avatar central en la excavación que ha emprendido Sorrentino de la corrupción e hipocresía (aunque también la gloria improbable y la resistencia absurda) de la Italia moderna. En particular, ha encarnado a dos de los líderes políticos más poderosos y polarizantes de la vida real en la historia reciente del país: Giulio Andreotti (en la escabrosa y satírica película Il Divo de 2009) y Silvio Berlusconi (en la película épica y curiosamente sensible Loro, de 2019).

Apreciar las dimensiones de este logro requiere otra ronda de analogías. Imaginen que el mismo actor interpretara a Richard Nixon y Barack Obama, o a Winston Churchill y Margaret Thatcher. Andreotti, primer ministro en siete ocasiones y motor principal del partido Democracia Cristiana que se mantuvo mucho tiempo en el poder, era un notable operador secreto, astuto y falto de carisma casi a un grado desafiante. Berlusconi, también un primer ministro en serie, era un despliegue de arrogancia y encanto, de tal sordidez que provocaba rechazo entre unos italianos, pero cuya personalidad infinitamente magnética atraía a otros.

Ni Il Divo ni Loro son películas biográficas convencionales, y Sorrentino no es ningún realista. Estas películas se deleitan en el teatro del poder, y Servillo, caracterizado con un maquillaje de artificialidad grotesca, algunas veces parece una marioneta o una caricatura política. Enfatiza la astucia viperina y vanidad secreta de Andreotti, y la falta de sinceridad y autocompasión de Berlusconi. Incluso quienes desconocen las sórdidas tradiciones de la política italiana pueden percibir la tremenda energía cómica de estas actuaciones, así como el celo moral detrás de ellas. ¡Son personas de verdad! Estos horrores, los asesinatos, los sobornos, las traiciones, las orgías... ¡De verdad sucedieron!

Él logra hacer vívida la humanidad extravagante, al igual que la profunda miseria, de hombres que dedican su existencia a subyugar al mundo a voluntad.

Pero el arte de Servillo va más allá de solo presentar una sátira cómica de la más alta calidad. Al igual que un actor de Shakespeare se sumerge en la majestuosidad y monstruosidad de reyes antiguos o imaginarios, él logra hacer vívida la humanidad extravagante, al igual que la profunda miseria, de hombres que dedican su existencia a subyugar al mundo a voluntad. Por si fuera poco, también captura su soledad.

6. Song Kang Ho

Por Bong Joon Ho

El actor coreano Song Kang Ho probablemente llamó por primera vez la atención de la mayoría del público estadounidense en Parásitos, la ganadora del Oscar a mejor película de 2020, en la que interpretó a un patriarca empobrecido y confabulador. Esa fue su cuarta colaboración con el director Bong Joon Ho. Por eso le pedimos al cineasta que nos explicara por qué ha elegido a la estrella una y otra vez.

La primera vez que vi a Song Kang Ho fue en Pez verde, el primer largometraje del director Lee Chang-dong. Allí interpretó a un mafioso rural y de poca monta, y su actuación fue tan asombrosamente realista que generó el rumor entre cineastas de que era un criminal de verdad. Luego supe que era un actor que había estado mucho tiempo activo en la escena teatral de Daehangno.

Aunque en aquel momento yo era asistente de dirección y todavía no dirigía, quise conocerlo. Así que en 1997 lo invité a tomar un café en la oficina. Fue más una conversación casual que una audición, pero me di cuenta de inmediato de que poseía los elementos para ser un titán.

Mientras escribía mi segunda película, Memorias de un asesino (2005), tuve a Song con firmeza en mi mente para que interpretara al detective rural que está estancado en sus viejas costumbres y tiene fe ciega en sus instintos. Song nació para ese papel y ese rol fue creado para él.

Ya sea en Memorias de un asesino, El huésped (2007), El expreso del miedo (2014) o Parásitos, siempre hay una sensación de que habrá una nueva capa que descubrir. Es como un lienzo que no para de crecer. Sin importar cuántas pinceladas aplique, siempre hay más espacio para pintar. Todavía me ilusiona ver qué le aportará a un rol. Para mí, Song es como una mina de diamantes inagotable. Ya sea que haya hecho cuatro películas con él o 40, sé que siempre descubriré a un nuevo personaje.

Song tiene la capacidad de darle vida y crudeza a cada momento. Incluso si una escena involucra un diálogo difícil o un trabajo de cámara muy técnico, conseguirá la manera de lograr que sea impecable y espontáneo. Cada toma será diferente, y hasta el diálogo más rígido parecerá una improvisación. Es asombroso, y es un placer presenciarlo.

Tiene la capacidad de darle vida y crudeza a cada momento.

Su originalidad como protagonista proviene de su cotidianidad y mundanidad. Especialmente para el público coreano, Song proyecta la cualidad del típico hombre trabajador coreano, un vecino o amigo que podrías encontrarte en tu vecindario. Por eso están aún más absortos cuando ven a este personaje aparentemente cotidiano enfrentar un monstruo o una situación monstruosa en películas como El huésped o Parásitos.

Song parte de lo ordinario y lo eleva a una voz única e inimitable. Creo que eso es lo que hace que Song Kang Ho y los personajes que habita sean genuinamente especiales. — Entrevista por Candice Frederick.

5. Nicole Kidman

Por Manohla Dargis

Artista, princesa, escritora, musa, Nicole Kidman ha interpretado todo tipo de personajes, con cabello corto y largo, con una enorme nariz falsa, y un fantástico y pronunciado mentón. Su sonrisa es tan luminosa como el sol y su llanto tan verdadero que te hace querer pasarle una caja de pañuelos. En el cine popular, el realismo es la moneda con la que comercian los actores, una elección estética que ayuda a convertir el artificio en algo parecido a la vida real. Para Kidman, una miniaturista con un toque preciso, crear ese realismo a veces implica ocultar la belleza (para el papel, no para las premiaciones) que desde siempre la ha definido. También significa que juega constantemente con la femineidad.

Kidman entró al siglo XXI en la cúspide de su estrellato con Moulin Rouge! (2001). Después de esta cinta vino una serie de otros vehículos de alto perfil, el más destacado fue Las horas (2002), en la que interpretó a Virginia Woolf (ahí necesitó la nariz prostética) y se llevó un Oscar. La película fue el equivalente a un bostezo respetuoso que Kidman sucedió con un papel protagónico en Dogville (2004), de Lars von Trier, un ejercicio dialéctico y calculadoramente abrasivo en el que su personaje, tras se abusada, toma un arma y ayuda a destruir un pueblo. Al parecer, Kidman realmente disfrutó esa parte.

Desde entonces, ha participado en más de 40 películas, algunas son memorables y otras cuantas es mejor olvidarlas. Como en el caso de otras actrices, la popularidad de Kidman en ocasiones ha superado su rentabilidad, lo cual ha creado un tipo de fama que tiene que ver menos con la taquilla y más con una figura célebre que se vale de su kilometraje en las alfombras rojas y una superabundancia de portadas de revistas de moda. Hubo años en los que sus películas llegaron y se fueron sin que nadie se percatara. Sin embargo, Kidman siguió trabajando incesantemente, elevando material nimio y retándose a sí misma, aunque los filmes no lo hicieran. También ha interpretado a muchas madres, una estrategia necesaria de supervivencia en un mundo tan poco creativo o imaginativo como la industria cinematográfica.

Uno de los placeres de ver a un artista virtuoso es notar cómo se sobreponen al material con el que trabajan. Kidman ha hecho esto en repetidas ocasiones, como en Reencarnación (2004), en la que interpreta a una viuda que llega a creer que su hijo de 10 años es la reencarnación de su difunto esposo. Es un sinsentido pretencioso que Kidman embellece con delicadeza y dota de emoción. Su actuación es simplemente gloriosa en Amores peligrosos (2012), una cosa exquisitamente vulgar en el que ella opaca a una cohorte de hombres fanfarrones, pues alterna entre orinar encima de Zac Efron y desgarrar sus medias en un frenesí orgiástico frente a John Cusack.

No puedes quitarle los ojos de encima… nunca.

Más recientemente, Kidman protagonizó Destrucción (2018), un filme de suspenso crudo de Karyn Kusama acerca del prolongado declive de una detective. Kidman tiene momentos estrafalarios y brutales —golpea, corre, dispara y bebe con un exceso salvaje— en su interpretación de una mujer arruinada de mediana edad cuyas terribles decisiones están marcadas en cada pliegue y mancha de su rostro sombrío. La película fracasó en taquilla, quizá porque era demasiado desagradable para los espectadores de hoy o tal vez pareció algo muy de segunda mano para una de las modelos de portada favoritas de la revista Vogue. No obstante, Kidman es radiante, fría, cruda y real. Incluso cuando su rostro se transforma a un grado casi irreconocible, su talento sigue siendo innegable. No puedes quitarle los ojos de encima… nunca.

4. Keanu Reeves

Por A. O. Scott

Tal vez te sorprenda encontrar a Keanu Reeves en uno de los primeros lugares de esta lista. Pero pregúntate a ti mismo: ¿alguna vez te has sentido decepcionado cuando él aparece en una película? ¿Puedes nombrar una película que no haya mejorado con su presencia? Estamos hablando de Ted Logan. De Neo. De John Wick. Del interés amoroso de Diane Keaton en Alguien tiene que ceder (2003). Del interés amoroso de Ali Wong (¡un chico llamado Keanu Reeves!) en Quizás para siempre (2019). Ciertamente no existe otra estrella de cine que exhiba tanto rango mientras sigue siendo de manera irreducible e inescrutable él mismo.

¿Puedes nombrar una película que no haya mejorado con su presencia?

No obstante, curiosamente, él ha sido fácil de subestimar. Como casi todo en la década de los noventa, el aprecio a Keanu Reeves en las primeras etapas de su carrera estuvo rodeado de ironía. Era demasiado fácil burlarse de la confusión inexpresiva y solemne que definió a sus personajes en Punto de quiebre, El abogado del diablo y la saga de Matrix, proyectar su falta de expresión en él, y suponer que sus aguas estancadas eran poco profundas.Aunque siempre estuvo enterado de las bromas al respecto. Y para él no era broma. A la mitad de su vida, se ha elevado a un nuevo nivel de logros, una zona donde convergen la falta de arte y la timidez. Es uno de nuestros héroes de acción más convincentes y también uno de nuestros actores de carácter más inventivos y con mayores recursos. Ha resistido todo de una manera hermosa, se ha vuelto a la vez más triste y más juguetón sin perder la inocencia etérea que estuvo ahí desde el principio.

¿Acaso el papel del asesino melancólico, enamorado de su mujer y amante de los perros en la saga de John Wick es una falsificación del género, un trabajo que solo hace por dinero, una rutina de ejercicio para la mediana edad? Probablemente. Por supuesto. Con alguien como Gerard Butler en el papel protagónico serían películas desechables, ágiles y repugnantes. Lo que Reeves hace es dar a la franquicia más peso del que merece, más humor del que necesita y el alma que, de otro modo, no tendría en absoluto.

Una de las delicias de ver películas durante la década pasada ha sido encontrarlo en actuaciones inesperadas. Como un tipo de líder de un culto post apocalíptico conocido como el Sueño en The Bad Batch, la película de fantasía distópica de 2017 dirigida por Ana Lily Amirpour. Como la antítesis de Winona Ryder en la mordaz anticomedia romántica Destination Wedding (2018) dirigida por Victor Levin. Como la voz de un gato llamado Keanu en Keanu (2016).

Este hombre es más que la suma de sus partes, que son rompecabezas y koanes, capítulos en un manual que se actualiza eternamente para dominar el estrellato cinematográfico metamoderno como una forma de ser. No es un perfeccionista. Es la perfección en sí misma. Nos lo dijeron hace mucho tiempo y ahora tal vez finalmente podemos creerlo: él es el elegido.

3. Daniel Day-Lewis

Por Manohla Dargis

Al inicio de Petróleo sangriento (2007), un hombre metido en un profundo y oscuro agujero golpea rítmicamente el muro con un pico, produciendo chispas y polvo. Está tan poco iluminado que es difícil apreciar bien su rostro, pero su pálida camiseta atrae tu atención y revela el contorno de sus poderosos brazos y sus movimientos mecánicos. Solo puedes apreciar bien al hombre cuando levanta su cabeza hacia el cielo y la luz ilumina su rostro. Contemplen a ese hombre, ¡contemplen a Daniel Day-Lewis!

Es una introducción tan icónica, definitoria y digna de estrellato como la de Rita Hayworth en Gilda. También funciona como una bonita metáfora del minucioso acto del proceso creativo de Day-Lewis, la construcción de sus personajes. Como Daniel Plainview, Day-Lewis no está simplemente interpretando al protagonista; está dándole una forma humana a las ideas y al arte del cineasta Paul Thomas Anderson. Plainview es muchas cosas: un hombre, una máquina, un padre terrible, un voraz magnate del petróleo. También es la manifestación de la ruinosa sustancia, el “océano de petróleo”, que violentamente arranca de la tierra.

Day-Lewis es uno de los actores más venerados de los últimos 50 años con una reputación basada en su deslumbrante filmografía y revestida por un aura de grandeza que casi alcanza un nivel místico. La preparación de sus personajes, bien publicitada, y la insistencia de permanecer metido en su personaje durante la producción se han convertido en características legendarias, lo que genera titulares entusiastas y alimenta al fetichismo de sus seguidores. El repetido anuncio de su retiro aumentó su aura, así como su selectividad: ha hecho solo seis películas en este siglo, y algunas son obras maestras. Al igual que la exótica planta centenaria, una planta perenne que florece espectacularmente solo una vez, Day-Lewis sabe cómo provocarnos y cómo dar un espectáculo.

Day-Lewis sabe cómo provocarnos y cómo dar un espectáculo.

La leyenda que se ha construido a su alrededor es, hasta cierto punto, solo una versión de la era del método de actuación de aquella mitificación que siempre ha formado parte de la creación de una estrella. Lo que a veces pasa desapercibido es que leer más de 100 libros con el fin de prepararse para el papel protagónico de Lincoln (2012) es trabajo arduo, y forma parte de la preparación de un actor. Toda esa labor y todos esos libros son un recordatorio de que la actuación también es un oficio, no magia, incluso cuando la interpretación de un actor parece, o mejor dicho, se siente casi alquímica. Parte del talento de Day-Lewis es su tremenda habilidad para trabajar arduamente en un personaje que satisface la visión del director.

Mucho depende de esa visión. Y sobre ese tema debo mencionar, lamentablemente, a Nine, una vida de pasión (2009), una locura catastrófica a la que Day-Lewis sirve diligentemente pero que no logra salvar. En Pandillas de Nueva York (2002), en cambio, su interpretación como Bill el carnicero es la apoteosis de las ambiciones de esa película, así que cuando no está en pantalla, la película trastabilla. El arte de Day-Lewis es uno de ósmosis entre él y los directores. Y hasta la fecha, sus dos actuaciones más logradas han sido en las dos películas que ha hecho con Anderson, la más reciente El hilo fantasma (2017), cuyas bellezas, profundidades e idiosincrasias son absorbidas por Day-Lewis, quien las transforma y refleja de manera brillante.

2. Isabelle Huppert

MANOHLA DARGIS: Intrépida e hipnotizante, a veces aterradora, a veces extraña, Isabelle Huppert ha interpretado una variedad impresionante de papeles en el transcurso de su carrera. Ha pasado sin ningún esfuerzo de las lágrimas a los gritos, de las historias más estables a las más gloriosamente descabelladas. Ha actuado en más de 50 películas tan solo en este siglo, una diligencia que refleja su ambición y popularidad, pero también sugiere un hambre voraz que se puede ver en su actuación. Me encantan muchas de sus interpretaciones, pero lo que más me cautiva son sus monstruos, las mujeres espeluznantes y atroces que ha encarnado.

A. O. SCOTT: ¿Alguien dijo La profesora de piano? Esta película de 2002 es un retrato magistral y escalofriante de lujuria, crueldad, masoquismo y talento musical. El personaje principal, Erika Kohut, se obsesiona con un estudiante, y Huppert personifica su descenso a la locura con una precisión matemática y una intensidad operática. ¿Nos da miedo lo que pueda hacer o lo que le pueda pasar?

Huppert es una experta en ese tipo de ambigüedad, en mezclar los códigos habituales de vulnerabilidad femenina y asertividad feminista, en desafiar las suposiciones sobre el origen de la fortaleza y la fragilidad de una mujer. Uno de mis ejemplos favoritos de esto se ve en Borrachera de poder (2007) de Claude Chabrol, en la que interpreta a una jueza que erradica la corrupción en la élite política y empresarial de Francia, y se enfrenta a una red de amiguismo poderosa y arraigada. El nombre del personaje es Jeanne Charmant Killman, que quizá parezca un poco obvio, pero también captura el atractivo elegante y letal de Huppert.

DARGIS: Los papeles que le han ofrecido a Huppert y los que ella ha buscado han sido cruciales para su formación. Además, en sus inicios, trabajó con cineastas —Jean-Luc Godard, Maurice Pialat y, por supuesto, Chabrol— que le dieron libertad creativa para desarrollar sus habilidades. Jamás habría podido forjar una trayectoria similar en el cine estadounidense (me estremece pensar en que hubiera debutado en Sundance), donde los personajes rara vez son ambiguos y a menudo se basan en imperativos sosos como empatía y redención.

Huppert es conocida por aprovechar los extremos, aunque yo lo considero un interés en la plenitud de la existencia, incluso lo repugnante y lo tabú. Sus personajes están llenos de vida, algunos de manera desagradable, como en Elle (2016), la cinta provocadora de Paul Verhoeven sobre el trauma y la psicosis. La actriz siempre sorprende (sospecho que, de lo contrario, se aburriría), pero en este filme, como una mujer que afronta la violencia masculina, Huppert logra algo que casi nunca sucede en las películas: conmocionar. Con un ingenio lacerante —sus sonrisas extrañas se burlan de la religiosidad de la audiencia— convierte el misterio de otra persona en suspenso. Me encanta que me obligue a ver incluso cuando no quiero hacerlo.

SCOTT: ¿Alguien dijo La viuda? Ese fue un filme de suspenso flojo de 2019 en el que Huppert interpretó a una acosadora psicótica con un complejo maternal que acecha a una ingenua estudiante universitaria interpretada por Chloë Grace Moretz. La menciono solo porque ese tipo de misterio al que te refieres —la mezcla volátil de ingenio, carisma y voluntad— domina esta película, que Huppert vuelve más intrigante de lo que habría sido sin ella. La hace más divertida y siniestra.

Ningún otro actor iguala su combinación de intensidad y control. Esto es más evidente en cintas en las que su personaje está en una lucha desesperada por sobrevivir, como en Materia blanca (2010) de Claire Denis. Huppert interpreta a una propietaria francesa de un sembradío que se aferra al último rastro de privilegio colonial que le queda en un país africano convulsionado por la violencia. Ella sabe que su vida está en peligro, que su estilo de vida está desapareciendo, y también que, en el esquema histórico general, es posible que merezca su destino. No expresa nada de autocompasión y muy poco drama en el sentido convencional. Es puro coraje.

1. Denzel Washington

A. O. SCOTT: Peleamos y discutimos sobre todas las demás posiciones de esta lista, pero no hubo duda ni debate sobre quién sería el número uno.

Denzel Washington no se puede clasificar en ninguna categoría: un titán de la pantalla que también es un artesano sutil y sensible, con una formación teatral a la antigua y una presencia implacable como estrella de cine. Puede encarnar textos de Shakespeare y August Wilson, e interpretar la maldad, o el heroísmo en una película de acción. También es, por excelencia, uno de esos actores que evoca un tipo normal. ¿Quién podría olvidar a los trabajadores honestos y asediados que interpretó en Imparable (2010) y Rescate del metro 123 (2009), un par de películas extravagantes y ruidosas sobre trenes, dirigidas por Tony Scott? Ninguna fue una obra maestra, pero nunca me canso de ver a Washington en el trabajo.

MANOHLA DARGIS: Hace que el trabajo —y me refiero a la actuación— parezca tan orgánico como respirar. Con justa razón fue perfecto para el papel de Easy Rawlins en El demonio vestido de azul”, que lo dio a conocer a inicios de su carrera. Desde entonces, ha interpretado muchos personajes que representan la ley o la criminalidad, y algunos que existen en el espacio que divide ambos conceptos. En ese transcurso, se ha convertido en el tótem dominante de un cierto tipo de autoridad masculina, como John Wayne y Clint Eastwood antes que él. Washington puede expresar una vulnerabilidad angustiada, pero puede destacar como un coloso y cernirse sobre mundos como un patriarca del Antiguo Testamento, esto es extraordinario si se consideran las representaciones de masculinidad negra que se veían en pantalla no hace mucho.

SCOTT: Esa autoridad es creíble, aunque las películas… no lo sean tanto. ¿El libro de los secretos (2010)? ¿El justiciero (2014)? ¿Hombre en llamas (2004)? Uno de los aspectos que más aprecio de él es la magnificencia con la que interpreta a hombres que no parecen necesitar o siquiera merecer amor. Por ejemplo, Whip Whitaker en El vuelo (2012), un prodigioso piloto de aviones comerciales que también es un desastre épico en lo personal. No es un buen tipo, pero es el ser humano más complejo, profundo y claramente realizado que verás en una pantalla de cine.

DARGIS: Al igual que todas las estrellas, la actuación de Washington parece estar ligada de manera inextricable a su carisma, una combinación seductora pero que puede ser abrumadora en ciertas películas, como la violenta obra comercial Día de entrenamiento (2001) de Antoine Fuqua. Washington es sensacional como un detective maloso: se ve relajado, sexi y aterrador, pero su presencia es tan descomunal que encoge a la película. En El vuelo, su magnetismo le añade profundidad a la tragedia de su personaje; le da un contoneo a su andar, pero también es parte de su fachada debilitada. Son pocos los papeles que exigen lo mejor de Washington, sin duda no están en las cintas que hizo con dos de sus directores favoritos, Fuqua y Scott, quienes crean mucha conmoción que Washington adopta —y focaliza— con mucha comodidad.

SCOTT: Tal vez una medida de su poder es la constancia con la que su actuación es mejor que las películas en las que aparece. Entre su extensa filmografía de excelentes actuaciones —los entrenadores y los policías, los mafiosos y los abogados— hay unos cuantos monumentos que demuestran este inmenso talento en todo su esplendor. Malcolm X es uno de ellos y Troy Maxson en Barreras (2016) es otro. Hay tanto orgullo y dolor en esa interpretación, que de alguna manera contiene todo el peso del racismo estadounidense en el alma y el cuerpo de una sola persona, sin convertirla en un símbolo de nada. La manera en que Washington camina en esa película, columpiando sus hombros con la fuerza de un atleta, con una postura afectada por una vida de trabajo arduo, es un momento de pura elocuencia carnal, aunado al raudal de poesía vernácula que sale de su boca.

DARGIS: ¡Es bien sabido que sobrepasar tus propias películas es un sello distintivo de estrellato real! Los actores eligen papeles por muchas razones distintas —edad, disponibilidad, preferencia, comodidad, remuneración— y la raza influye, siempre. A Washington le gusta interpretar personajes con objetivos claros y a hombres que causan una impresión profunda, con un arma, con excesos físicos o con palabras. Le gusta actuar a lo grande. Podría hacer cine de arte y filmes independientes provocadores, pero no lo hace. Tal vez no le interesa; sin duda no lo necesita. Después de todo, es Denzel Washington, una estrella cuya trayectoria —en su longevidad y predominio— es un correctivo y una reprimenda a la industria racista en la que trabaja. Me imagino que está haciendo exactamente lo que desea.

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